Lunes 26 de Noviembre de 2002
"...Viajar es dejarse impregnar por todos los climas que nos toquen en el camino adaptándonos como tallos de bambú, dóciles, graciosos, calmos y estoicos. Olvidarnos de quiénes somos, de nuestra familia, domicilio, nacionalidad y seguros de salud.
Es ofrendar a la providencia nuestros miedos, riesgos, inseguridades, nacimientos y muertes cotidianas sin redes que nos atrapen cíclicamente en la trampa de la que decidimos salir antes de hacer la valija.
El viaje tiene que partir de lo inesperado, causal no predeterminado. Tiene que ser ese llamado de amor indio inevitable, rayo premonitorio que sacude los cimientos y anestesia la rutina, empujón hacia los sueños inconfesables que nos acechan durante el día y se infiltran por nuestros sentidos esperando emerger en un espiral de luz de vela.
Viajar es quitarse las culpas de lado y dejarlas a las indemencias del tiempo para expiarlas, detenerlas o desintegrarlas, o simplemente olvidarnos que son nuestras por el tiempo que dure el viaje.
Viajar tiene que abarcar lo infinito e inesperado, lo inexplorado y virgen, con entusiasmo y desapego. Olvidar costumbres, creencias y manías despertando en cada amanecer las células renovadas de sueño a la intemperie de lámparas frotadas con Aladinos de turno, inventando cada minuto del día con los recursos que tengamos. Es un exilio voluntario donde nos alejamos de lo que más nos duele y pesa.
Soltamos los amores al viento convencidos de perderlos, y en un sentido eso sucede, pero en otro están orgullosos de nuestro coraje sin reclamos ante el abandono que transmutó la relación para siempre.
Adrenalina. Revolución. Imaginación. Descubrir viajando cerca o muy lejos que la sincronicidad en el adentro y afuera es un privilegio de unos pocos. Dejamos al yo que no juegue al yoyó y nos descubrimos otros. Lejos de familia, entorno social y cultural abrimos la caja de Pandora y nos sosprendemos con lo que de allí aflora.
Enhebramos como expertos hilanderos del lejano Oriente esos espacios vacíos como colmenas que nos asfixian y restauramos el órden de las vértebras aceptando nuestros límites físicos y psíquicos con humildad.
Olvidamos manías, hábitos e hipocondrías. Recuperamos frescura, energía y entusiasmo en cada acción, deshilachando los miedos que nos paralizaban.
Viajar es recuperar la salud, pues no nos podemos enfermar, no hay ganas ni tiempo de estar en cama o visitando hospitales donde hablan un idioma desconocido. Entonces nos sentimos a salvo de virus, bacterias, etc. Somos un poco omnipotentes pensando que nada nos ocurrirá y les pedimos más atención a los ángeles guardianes.
Por último, hacer Arte con las oportunidades que nos ofrece el viaje. Se nos ha dado la naturaleza para integrarnos y ser parte de ella, debemos valorar este regalo lleno de mensajes; voz de viejo jazzero, danza de tribu africana, horizonte en la Antartida, ceremonia maya, campana tibetana, en fin; Naturaleza viva..."
(TEXTO: Ludovica Squirru)